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El Mar de Aral abastecía a millones de familias a mediados del siglo XX, hasta que las autoridades comunistas decidieron erradicarlo del mapa y convertirlo en un gran desierto de arena como si de magia se tratara
En 1933, el novelista francés Pierre Benoit escribía un relato para la revista 'Blanco y Negro' en el que describía «las flores pasionarias azules que crecían durante la primavera en las orillas del mar de Aral». Una gigantesca porción de agua situada en Asia Central, entre Kazajistán y Uzbekistán, que con sus 68.000 kilómetros cuadrados fue, durante muchos siglos, el cuarto lago más grande del mundo. Uno que llegaba casi al tamaño de Andalucía o con el doble de superficie que Cataluña... hasta que la URSS decidió acabar con él como por arte de magia.
Donde hubo agua, esturiones, truchas, lucios, carpas y percas durante diez mil años, hoy solo queda arena y barco varados, en una imagen tan extraña como trágica, que casi parece el decorado de una película. Una especie de cementerio fantasma de chatarra, pero que a lo largo de la historia era un mar que se beneficiaba de las importantes aportaciones procedentes de los ríos Amu Darya y Sir Darya.
Solo estas dos arterias fluviales, que se nutren del deshielo de los glaciares del Himalaya, tenían el caudal suficiente como para llenar el lago, a pesar de que el calor evaporaba el 40% de sus aguas durante el recorrido. Gracias a ello, las poblaciones colindantes fueron muy prósperas y tuvieron importantes industrias de pesca, ganadería y agricultura. La región se convirtió en una especie de vergel alrededor del cual se desarrolló un importante comercio.
Todo funcionó a las mil maravillas en aquella vasta comarca durante las tres primeras décadas de la Unión Soviética. En 1949, ABC todavía informaba de una extraña «lluvia de ranas» sobre el gigantesco lago. Una noticia insólita, pero que daba cuenta de una región llena de vida: «Han llovido ranas sobre el pueblo de Kazaly, en Kazajistán, junto al mar de Aral. Se cree que una tromba de agua absorbió las ranas de varias lagunas y las precipitó sobre el pueblo, como ha ocurrido en varios lugares del mundo».
Dejarlo morir
Sin embargo, el régimen comunista cambió drásticamente la situación y decidió que había llegado la hora de dejarlo morir en pos de un supuesto beneficio económico. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, el Kremlin decidió incrementar a cualquier precio la producción de algodón, el conocido como «oro blanco», cuya demanda mundial se había disparado a partir del conflicto bélico. A finales de los años 50, las repúblicas de Asia Central, especialmente Uzbekistán, comenzaron a expandir rápidamente sus zonas cultivables. El problema es que, en un terreno básicamente desértico, se decidió obtener el agua a base de desviar el curso de los ríos.
Los comunistas creían que podían dominar y controlar la naturaleza a su antojo. En 1956 inauguraron el canal de Karakum, de 1.100 kilómetros de longitud, una gigantesca obra de ingeniería cuya misión fue la de transportar agua del Amu Darya a las nuevas plantaciones de algodón robadas al desierto. Además, ese no fue el único caso. En su camino hasta el mar de Aral, los cursos del Amu Darya y del Syr Darya fueron interrumpidos en numerosos puntos de Turkmenistán, Uzbekistán y Kazajistán.
El resultado fue espectacular: entre 1960 y 1988 la producción de algodón se incrementó en un 80% en Uzbekistán y en más de un 350% en el cercano Turkmenistán. A nivel comercial parecía una buena idea, pero a nivel medioambiental fue un desastre absoluto y las consecuencias no tardaron en llegar. Los expertos calcularon que la aportación de agua de ambos ríos al mar de Aral, que llegaba tradicionalmente a los 70 kilómetros cúbicos al año, se redujo drásticamente por debajo de los 20 en los años más favorables, y en la zona que ocupaba el lago comenzó a aparecer el desierto.
Pescado para la URSS
Donde antes había una enorme flota pesquera que llegó a suministrar la sexta parte del pescado que se consumía en la Unión Soviética, se quedaban los esqueletos de los barcos sobre la arena. 'Aral, el mar que agoniza', titulaba 'Blanco y Negro' un amplio resportaje de 1999 en el que analizaba «la mayor catástrofe ecológica del mundo». Y añadía: «Puede que sea demasiado tarde para evitarlo. Las proporciones de la tragedia son gigantescas y afectan directamente a la vida de millones de personas, a la supervivencia de numerosas especies acuáticas y terrestres y al clima de una vasta región de la URSS. El responsable de la muerte del que fue, hace solo unas décadas, uno de los mayores lagos de la Tierra es el ser humano».
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Países Bajos será el lugar donde se va a instalar la mayor planta fotovoltaica marina del mundo que aprovechará el acceso al sol ininterrumpido que ofrece el océano
El océano se está convirtiendo en el lugar preferido por promotoras y países europeos para montar sus nuevas plantas de energía renovable. Si hace poco contábamos que el mar Báltico será el emplazamiento del mayor parque eólico marino del mundo, ahora le toca el turno a la energía solar. La empresa neerlandesa, SolarDuck, ha anunciado el arranque de las obras de una central solar flotante en alta mar que será la mayor del planeta hasta la fecha. El proyecto experimental, liderado por el consorcio Nautical Sunrise, tiene un presupuesto de 8,4 millones de euros y está financiado casi en su mayoría (con 6,8 millones) por el programa Horizonte Europa. El plan es construir varios módulos de paneles solares para integrarlos en el parque eólico OranjeWind de 800 MW que la empresa neerlandesa RWE tiene instalada a 53 kilómetros de la costa de los Países Bajos.
Su éxito será un paso importante para establecer la energía solar marina como una herramienta que ayude a superar las limitaciones que encontramos habitualmente en tierra, a la vez que aprovecha al máximo la luz en regiones ricas en sol.
Energía renovable en el océano
Llevamos años diciendo que el futuro de la energía eólica está en el mar. Empresas y países invierten millonadas en consolidar una fuente de energía renovable que se está extendiendo por todo el mundo y que aprovecha al máximo las fuertes rachas de viento que se dan en el océano sin molestar demasiado a su entorno.
Sin embargo, empresas como SolarDuck piensan que eso también se aplica a la energía solar. El 71% de la superficie del planeta está cubierta de agua que forma enormes extensiones de terreno abierto que se puede aprovechar para extraer energía durante todo el tiempo que brille el sol. SolarDuck busca explotar una zona del planeta que llaman Cinturón del Sol para instalar sus parques fotovoltaicos marinos.
El cinturón cubre una franja que rodea la cintura de la Tierra y que incluye zonas como el Caribe, Japón, Corea del Sur, el sur de España e incluso Omán, una zona que aunque es rica en sol, tiene escaso viento. Sin embargo, no todas esas zonas disponibles son aprovechables. SolarDuck cree que en algunos lugares las grandes infraestructuras energéticas resultan demasiado caras de instalar, pero las aguas cercanas a la costa son ideales para explotar la energía solar marina.
Cómo será la nueva planta
La estructura de los módulos solares flotantes en alta mar (OFS) tiene forma hexagonal y está formado por un conjunto de placas solares triangulares que se sostienen sobre el agua gracias a unos pilares flotantes. Estos módulos tendrán una capacidad conjunta de 5 MW, según explica la compañía, aunque el número total puede variar dependiendo de las necesidades energéticas de cada zona. Además de los paneles solares flotantes, el proyecto contará con una batería submarina de iones de litio y un sistema de sensores LiDAR que se usarán para predecir la producción de energía con mayor precisión, explica RWE. Antes de que la instalación en alta mar, Nautical SUNRISE tiene previsto llevar a cabo pruebas para garantizar la fiabilidad, eficiencia y mantenimiento de estos sistemas. Una vez estudiado su impacto y su posible futura implantación en otros lugares, la compañía espera poder comercializar este tipo de OFS tanto en sistemas autónomos como integrados en parques eólicos marinos.
Llegará también al sur de Europa
El Centro Holandés de Energía Marina (DMEC), uno de los socios del consorcio Nautical Sunrise, asegura que la evaluación del proyecto no solo terminará con estos módulos de demostración, sino que también incluirá varios proyectos comerciales a escala de gigavatios, algo que, aseguran, será clave para entender completamente las implicaciones ecológicas de esta novedosa tecnología. "Esta subvención permite a SolarDuck y a sus socios ampliar los límites medioambientales del sistema y, al mismo tiempo, conocer a fondo la ecología y la fiabilidad del diseño", asegura Don Hoogendoorn, Director Técnico de SolarDuck, Además, SolarDuck quiere extender su tecnología al mediterráneo europeo. La compañía se ha unido a las empresas italianas Green Arrow Capital y New Developments para desarrollar un parque fotovoltaico flotante con 420 MW de capacidad frente a la costa de Corigliano-Rossano, en Calabria. “El proyecto se encuentra actualmente en fase de obtención de permisos, con una fecha de entrega estimada en 2028. Estamos convencidos de que se trata de un proyecto que se materializará y tendrá un impacto en la economía regional de Italia”, afirma Giovanni Guzzo, consejero delegado de New Developments.
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